Libre. ¿Libre?

Ahora que ya no trabajo para la asociación cultural que organiza anualmente un festival anual en la Región de Murcia, ¿seré libre para expresar públicamente mis opiniones políticas, o mis críticas a la no-política cultural de mi región y de mi ciudad?

La libertad de expresión está reconocida como un derecho fundamental de la Constitución Española (art. 20 1.a)). Sí, ¿pero qué ocurre con la censura que nosotros mismos nos imponemos? Bueno, con la autocensura que yo misma me imponía. Porque yo pensaba todos estos años en los que trabajaba para una organización dependiente de financiación pública: Si trabajo para un festival que recibe ayudas públicas sin concurrencia competitiva (¡aunque fueran en especie!), o sin la firma de un convenio, ¿qué puede ocurrir si opino públicamente acerca de la no-política cultural del gobierno de mi región, o de mi ciudad?;  ¿Qué puede ocurrir si intento escribir públicamente acerca de la dificultad de encontrar patrocinadores para el festival para el que trabajo porque la administración pública busca también fondos privados, y con la visibilidad (y las relaciones) que ofrecen los representantes públicos es imposible competir?; ¿Qué puede ocurrir si analizo en mi blog la deriva mercantilista de la administración pública en materia de cultura, y, crítica siempre con las palabras, recuerdo que la administración pública no «patrocina» un evento cultural, sino que lo apoya, lo subvenciona, lo estimula, lo promociona o lo fomenta, a pesar de que en muchos casos sus exigencias o relaciones con los organismos que apoyan no es muy diferente al trato que los eventos culturales tenemos con las empresas privadas que sí nos patrocinan? Lo pensaba y, luego, me callaba.

Me siento a escribir esto cuando veo un cartel anunciando un evento gratuito «musical, cultural y de ocio» que se celebrará próximamente en una céntrica plaza de mi ciudad -y en el que no queda muy claro quién es el promotor- en el que se deduce una novedosa negociación de patrocinio. Uno de los escenarios se llama «escenario Maná». El otro escenario se llamará «Escenario Ica». Y yo me pregunto: ¿se refieren estos dos nombres a la discoteca Maná y al Instituto de las Industrias Culturales y de las Artes dependiente de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia?

Como tengo libertad de cátedra (art. 20.1 d) CE), cuando hablo en mis clases de patrocinio cultural puedo contarles a mis alumnos qué opino al respecto;  contarles, por ejemplo, por qué opino que existen líneas rojas en las políticas de ayudas públicas y/o en la comunicación de esas ayudas públicas.

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Cambiando de tema. O no. Ayer un amigo recibió una multa de 600 euros de la policía por un comentario inofensivo que, según el policía que le multó, «le faltaba al respeto». ¿En casos de abuso de la autoridad flagrantes -en opinión de los testigos- como este que me contaron ayer, ¿quién protege al ciudadano?

Anoche, en mis oraciones previas al sueño, pensé en Niklas Luhmann y en la Teoría de Sistemas. Me quedé dormida intentando escudriñar si puedo recurrir a las teorías de Luhmann para demostrar la relación entre la multa abusiva a mi amigo y la autocensura que llevo imponiéndome todos estos años.

Mientras ocurre todo esto, ando la mar de contenta de haber empezado a trabajar para una empresa que no depende de la administración pública. Será que con los años me estaré haciendo anarco-neoliberal.

3 comentarios en “Libre. ¿Libre?

  1. Tenemos la suerte del vivir en una tierra cuya política cultural es inobjetable, bien es verdad que por inexistente -no se pueden poner objeciones a lo que no existe- pero eso son melindres de perroflautas.

    La obligación de todo gobierno es hacer feliz a sus ciudadanos y los ciudadanos son felices -tradicionalmente- con tres cosas: comer/beber, disfrutar de sus tradiciones y ver cómo se divierten las clases privilegiadas. Todo está cubierto en Murcia, incluso la construcción de gallineros conceptuales que muestran al pueblo llano tanto lo inofensivo de sus clases cultas como la inutilidad del esfuerzo para acceder a una formación crítica superior (¿para qué, para hacer gallineros, montones de escombros o penes gigantes de látex?). Las peñas y las barracas, los sardineros y los juguetes, el SOS y Estrella de Levante.. ¿Se puede pedir más.

    La cultura debe ser algo divertido, inocuo y esporádico. Algo que llene las horas y no moleste, que reafirme nuestra creencia de que como aquí en ninguna parte. Lo importante ni es crear o procrear sino vender: vender humo de colores, vendes lis productos de la industria cultural y vender la fuerza del trabajo al que se accede tras pasar por las salas de estudio o bibliotecas (que eso es lo que son para los gobiernos y, como ha demostrado ella misma, para la oposición: confortables salas donde repasar Romano, Teoría estética o Anatomía de segundo).

    Hay malvados que han llamado El tiempo entre tontunas a una época cultural murciana, parafraseando una famosa novela. Esa época ha desembocado en la nada con tropezones: no hay un Plan de Cultura ni sectoriales (de Museos, Patrimonio, Lectura…). La Filmoteca proyecta ciclos voluntaristas sin más ánimo que el de seguir abierta. La Historia de la tierra sigue oculta a nuestros ojos y son particulares freelance quienes ofrecen pequeños destellos de calidad.

    Ni sabemos a dónde vamos pero Murcia sigue siendo hermosa, su huerta no tiene igual.

    Nota: a punto he estado de no leerlo del todo tras llegar a la foto tetuda ya que opino que las Femenino protestan radicalmente sobre cosas que ni saben explicar. Luego he recordado quién escribe esto y he terminado de leer.

    • Lo del plan gastronómico me parece muy buena idea, la verdad. Y en serio. Creo que han tardado en encargarlo. Solo que yo preferiría que me contaran que el estudio ya está hecho, vaya, que anunciaran las cosas hechas, hechos, no promesas. ¡Son tantos los proyectos que se anuncian en prensa y que después no se llevan a cabo!

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